miércoles, 10 de diciembre de 2008

Las secuelas de la calle

La señora Juanita se aferra a las barandas de una banca en Plaza Ñuñoa cada vez que las voces invaden su cabeza, lo hace para no tirarse a la calle, o destruirse, como ella cuenta. Las voces se asemejan a una en particular: la de su madre, que acecha sus decisiones desde los 14 años, edad en que la obligó a casarse con un hombre maltratador y autor de las dificultades que experimenta hoy.


Ella
La señora Juana, de ojos almendrados, en forma y color. De piel blanca, buen habla y pelo rubio con un moño alocado, sujeto por un pañuelo de colores. Es adicta a la Coca-Cola, por eso guarda monedas del día anterior para comprarse una cada mañana, y luego sentarse en una banca de Plaza Ñuñoa a esperar, que pase el día. Que pasen las horas, que pase la alergia de septiembre que hace que la piel de su cara le pique y no pare de rascarse. Espera que los nudos y la amargura que el dolor de las situaciones de los años han dejado en su piel y cicatrices se desvanezcan con el viento. Anhela poder llorar algún día, ha intentado alienar el dolor de su vida, pero sigue ahí, rígido cruel e inmóvil, inerte a los esfuerzos para extirparlo de su vida. Al parecer “La Rusia” se resignó ante el dolor y la pena.Durante el matrimonio, Juanita se dio cuenta de la condición homosexual de su marido. Años pasaron hasta que lo vio con su pareja en una pieza y decidió quemarlos. Roció con parafina la habitación y prendió fuego, las víctimas alcanzaron a escapar y a la autora del incendio la internaron en la comunidad terapéutica Manresa del Hogar de Cristo. Dos veces ha estado en ese lugar por sus profundas depresiones acompañadas de rasgos bipolares y paranoides. “Algunas veces tengo que pedirle a los que están cerca que se callen, porque o si no las voces las voy sintiendo más fuertes, me dicen que no soy buena para nada, que soy mala y que no tengo que estar aquí”. La mujer abre sus ojos cuando dice esto y se levanta las mangas de su chaleco para mostrar las heridas, cosidas con hilo negro de pescar. Son las secuelas que han dejado las voces.


Su historia
Tiene 4 hijos de 15, 18, 20 y 25 años. Dos están en la cárcel, por robo con intimidación. Uno es traficante y el otro consumidor de pasta base. Ella siempre los recuerda, pero deja en claro que cada uno eligió su camino. Todos fueron al colegio, por temporadas, porque a veces a su madre le bajaban épocas de locura y llevaba a sus hijos a vivir a un cerro en Peñalolen. Pero hace 12 años que habita en las calles de Santiago, vivió un tiempo con su madre, pero optó por dejarla, ya que no aguantó las presiones y maltratos sicológicos de ella y de sus hermanos. Sus únicos confidentes, su padre y su hermano, murieron hace uno y ocho años. Se sintió muy sola en la casa y por eso prefirió la calle, ahí encontró el apoyo que necesitaba. “Cuando Juliet, mi hija menor tenía tres años y yo deambulaba con ella, mis compañeros le construyeron una cunita de cartón y lata por fuera”. Hoy Juliet está en la cárcel. Con los años, fue conociendo a personajes que la acompañaron en sus travesías callejeras. Con ellos grita, bosteza y habla. Los AmigosCarlos es su compañero de colchón. Se encarga del lavado de autos en la calle Doctor Johow, porque cada uno en la Plaza tiene su territorio. “Algunos días salen autos para el lavado, ahí podemos comer, sino a esperar que los otros compartan no más. Pero cuando tenemos nosotros y ellos no, también les damos”. Así pasan los días de Juanita o “La Rusia” como la llama su amigo más cercano.La “Comando Flower”. Le dice así porque siempre está dispuesta a repartir su alegría, es otra amiga cercana que vive en un edificio frente a la Plaza y la única que conversa con ella sus problemas. Baja algunos días a ver a Juanita para intercambiar experiencias y desahogarse por algunos instantes. Más que amigas, son confidentes. Ambas se ayudan.Fernando González es risueño. Sus ojos verdes brillan y chispean, orgullosos porque lo hayan nombrado así antes de que el medallista olímpico de Beijing 2008. Trabaja y vive a ratos en Plaza Ñuñoa. Eso lo hace 32 años y asegura que es el más antiguo. A Juanita la conoce hace un año, y a veces no la deja dormir por las peleas que tiene con sus hijos en la plaza. Pero ella lo escucha y sabe que es un buen amigo para confiar.


Problemas de la calle


Cuando hay peleas los carabineros despiertan a “La Rusia”. Con el pasar de las noches le han tomado cariño. La protegen y le dicen que tenga un palo para protegerse en la noche por si pasa algo en la cúpula dónde ella vive y comparte con otros mendigos. Cada uno tiene su esquina dentro del lugar, y se respeta el espacio, aunque todas las noches lleguen nuevos compañeros a buscar alojamiento en algún rincón oscuro.Si bien los carabineros sacan multas por habitar y pernoctar en la vía pública, a los que lo hacen en Plaza Ñuñoa les tienen paciencia. Porque los conocen, y saben que no hacen grandes problemas y que sacarlos por unos días sería imposible ya que de todas maneras volverán. Para ellos es su casa, su lugar.Los habitantes de la cúpula ñuñoína son conocidos y respetados por todo el barrio. Porque están al tanto de todas los movimientos y actividades que se desarrollan en la Plaza y sus alrededores. “La semana pasada vinieron los actores del teatro de la Católica, para pedirme que mis compañeros y yo desalojáramos por unas horas nuestra cúpula porque iban a presentar una obra. Yo no tengo problemas en que la usen para eso también, por eso vamos a sacar los colchones y las frazadas y los vamos a esconder detrás de las bancas para que se vea ordenado por lo menos”.A veces las palabras se le escapan, sin querer. “Pero igual hace escándalo cuando quiere, se enoja con los que la discriminan, la miran mal o los que la buscan, porque si la buscan la van a encontrar”, relatan Mónica y Marta, las vendedoras de la plaza que están todo el día ahí, al igual que “La Rusia”.Juanita toca su pelo, a veces, con algunas finas trenzas que lo decoran. No habla con la gente de la plaza, aunque ella está sentada ahí todo el día en el mismo lugar. Un perro Coker Spaniel color miel de no más de un año, la acompaña hace unas semanas. Fue un regalo de uno de los mendigos que llegan en la noche. Lo hizo para subirle el ánimo porque la vio muy bajoneada. “La Rusia” no ha estado muy feliz los últimos días, ya que fue a una de las visitas a la cárcel para ver a su hija. Pero se encontró con su ex-marido y su nueva pareja homosexual. Le impactó y se fue a recostar por varios días, no se podía levantar.La gente del Hogar de Cristo va una vez a la semana a visitarlos a Plaza Ñuñoa, les llevan comida y asistencia médica. A Juanita la ayuda un psicólogo, que le dice que quizás deberá internarse otra vez. Ella quiere hacerlo, porque está consciente de que las voces que escucha las crea ella en su cabeza y tiene pánico de volverse esquizofrénica. Asegura que no ha llegado a ese punto todavía. DBF

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